sábado, 28 de septiembre de 2013

NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


NICETO BLÁZQUEZ, O.P.


LUCES Y SOMBRAS


        QUEJAS CONTRA LA HOMILIA DOMINICAL

        1.  Una forma privilegiada de predicación

        Hablando de formas de exponer la doctrina del Evangelio con vistas a mejorar su calidad es obligado hablar de la homilía como  parte integral de la liturgia eucarística. El c.767 se refiere a esta privilegiada forma de predicación con estos términos: “Entre las formas de predicación destaca la homilía, que es parte de la misma liturgia y está reservada al sacerdote o al diácono; a lo largo del año litúrgico, expónganse en ella, comentando el texto sagrado, los misterios de la fe y las normas de vida cristiana”. La homilía forma parte integral de la celebración del domingo y de ahí su importancia como anuncio y explicación canónica del evangelio al pueblo cristiano. Así pues, “en todas las misas de los domingos y fiestas de precepto que se celebran con concurso del pueblo, debe haber homilía, y no se puede omitir sin causa grave”. Por otra parte, se aconseja que “si hay suficiente concurso del pueblo, haya homilía también en la Misas que se celebren entre semana, sobre todo en el tiempo de adviento y cuaresma, o con ocasión de una fiesta o de un acontecimiento luctuoso”. La Sacrosanctum concilium,35,2 define la homilía como “una proclamación de las acciones admirables realizadas por Dios en la historia de la salvación”. Con cuyas palabras se indica de qué se debe hablar en la homilía y no aprovechar su tiempo para hablar de otras cosas, como ocurre con frecuencia.

        Para entendernos mejor, digamos que la homilía es ese discurso que lanza el cura después de la lectura del Evangelio y que muchas veces los fieles desean que termine lo antes posible. ¿Por qué? Esta es la cuestión. Los liturgistas y pastoralistas han escrito sacos de páginas sobre el origen, naturaleza e importancia de esta forma de predicación, pero es raro encontrar alguien que se atreva a hablar abiertamente de los defectos más comunes que la gente suele atribuir a los predicadores dominicales. Y lo que es peor. A veces la gente pierde la paciencia y se queja amargamente de tal o cual predicador, pero nadie se atreve a poner el cascabel al gato haciéndole ver las fundadas razones de esas quejas por parte de los sufridos fieles. De hecho, hay predicadores dominicales que ni siquiera aceptan la más mínima crítica a su modo de predicar la homilía, convencidos de que su forma de hacer las cosas es la única correcta. Lo cierto es que la homilía con frecuencia es motivo de desazón por parte de los fieles y desprestigio de la liturgia dominical. El asunto es grave y no se puede esquivar el bulto.

        2. Defectos más destacables de la predicación dominical

        No me refiero a defectos doctrinales, sino a modos y formas de predicar la homilía dominical, que son objeto de comentarios desfavorables por parte de fieles que sólo piden que se hagan las cosas razonablemente bien sin pedir nada extraordinario. Recordemos algunas de las quejas más frecuentes sobre la homilía dominical.

        1) Que es muy larga

        En efecto, hay predicadores sobre los cuales se sabe cuándo empiezan, pero no cuándo van a terminar. Con sólo oírles las primeras palabras la asamblea se pone ya a temblar. Olvidan estos predicadores que los primeros cinco minutos de su homilía son para el público, los cinco siguientes para las paredes y el resto, si por desgracia los hubiere, para el diablo. Es una ley de psicología elemental que se cumple inexorablemente y no perdona a nadie. Tampoco a los Obispos. Con otras palabras. Cualquier asamblea dominical está dispuesta a escuchar con atención e interés a un predicador, por malo que sea, durante cinco minutos largos. Más allá de los cuales, aunque que hable como Demóstenes, la gente empieza a moverse automáticamente sobre los asientos y a mirar para las paredes.

        Si la homilía se prolonga, es inevitable que algunos vayan más lejos y empiecen a proferir en su interior contenidas maldiciones contra el pelmazo del predicador. Los escrupulosos sienten después la necesidad de confesarse. Otros miran al reloj y cuando lo creen conveniente se salen de la Iglesia y asunto terminado. Los más sufridos resisten hasta la comunión y salen bufando del templo. ¿Resultado final de la celebración dominical? El predicador satisfecho y los fieles defraudados. O sea, un tiempo precioso pastoralmente perdido. Lo peor es que la mayoría de esos predicadores están convencidos de que la homilía ha de ser larga y es inútil tratar de hacerles ver que, además de hacer sufrir injustamente a la gente, pierden inútilmente el tiempo con sus aburridas y somnolientas prédicas. Y si además el predicador es algo escrupuloso o de mente estrecha, entonces la causa está perdida porque siempre encontrará teológicas, litúrgicas y místicas razones para no dar su brazo a torcer. De modo que, paciencia y que Dios nos ampare porque el mal sólo se remediará con la jubilación o por muerte prematura.  Hablando de las cualidades del predicador Martín Lutero decía: “que sepa acabar a tiempo y no canse a los oyentes con exceso de palabrería”. En este contexto de homilías largas un día su mujer le dijo que había oído predicar al doctor Pommer, “el cual se desviaba mucho del tema y mezclaba otros asuntos en sus sermones”. A lo que Lutero respondió: “Pommer predica como habláis las mujeres, que decís cuanto se os ocurre. Es insensato el predicador que está convencido de que puede decir todo lo que se le ocurre. Un predicador tiene que mantenerse fiel al tema y esforzarse para hacerse entender a la perfección. Esos predicadores que se empeñan en decir todo lo que se les ocurre se comportan igual que las criadas cuando van a la plaza: se encuentran con otra muchacha y echan con ella una parrafada o engarzan una conversación; que se encuentran con otra criada, pues otra parrafada, y así con la tercera y con la cuarta, que por eso van tan despacio al mercado. Lo mismo hacen los predicadores que se apartan demasiado del tema y quieren decir todo de una vez. Esto es lo que no se puede hacer”. Lutero, como es sabido, no sólo dijo brutalidades teológicas sino también cosas sensatas dignas de ser tenidas en cuenta, como esta crítica a los predicadores que no terminan de hablar hasta que se hartan de decir todo lo que se les va ocurriendo sobre la marcha alejándose del tema central y prolongando el discurso hasta el hartazgo de la asamblea, que termina cansada y aburrida.

        2) Que no se entiende lo que dice el cura

        A veces la gente no entiende lo que dice el predicador simplemente porque no dice más que palabras sin un mensaje definido para ser comunicado al público. Es el típico predicador que domina bien el lenguaje y se permite el lujo de improvisar y hablar de todo sin orden ni concierto. Lo más que puede decir el público al final de la homilía es que el cura habla muy bien, o que sabe mucho, pero nadie sería capaz de hacer un resumen de lo que dijo o destacar la idea central de la homilía, la cual pudo haber sido hasta literariamente brillante. Es el arte de hablar mucho y bien sin decir nada sustancial que valga la pena ser tenido en cuenta. Por otra parte, es frecuente oír decir entre jóvenes que no van a misa porque se aburren como ostras. Lo cual nos lleva de la mano al tema del lenguaje utilizado en las homilías. Lo normal es que en una homilía bien preparada se digan cosas importantes que afectan profundamente a la vida humana al filo de los textos bíblicos y litúrgicos que son leídos. ¿Por qué entonces no suscitan interés? Los expertos en pastoral de la comunicación están de acuerdo en que el lenguaje habitualmente utilizado en las homilías suele ser desfasado y poco o nada comprensible para la gente, comparable al de las recetas médicas de tiempos pasados que hacía sudar a los farmacéuticos para descifrarlo.

        Hay predicadores que repiten materialmente los términos bíblicos sin hacer el menor esfuerzo por traducirlos al lenguaje usual e inteligible de la gente, la cual está habituada al lenguaje visual de los medios de comunicación con menoscabo del lenguaje verbal discursivo. Además de usar un lenguaje desfasado, hay predicadores que son como discos rayados. Escuchándoles se saca la impresión de que se aprendieron de memoria un sermón y lo repiten como papa-gallos ante cualquier público que tengan delante.  Si se les pidiera cuenta y razón de lo que están diciendo no sería extraño que reaccionaran malhumorados como los cicerones cuando observan que los turistas escuchan por educación su “rollo” aprendido de memoria, pero con indiferencia o sonrisas compasivas por las cosas que a veces dicen con aplomo y tono de autoridad.

        Otras veces el predicador habla muy deprisa porque piensa que tiene que aprovechar la ocasión para decir lo más posible y explicar las tres lecturas bíblicas. Trata entonces de compensar la limitación del tiempo de que dispone hablando velozmente de suerte que los oídos de la asamblea sólo perciben un chorro de palabras que se estrella contra los tímpanos sin que sea posible retenerlas para descifrar su significado. En resumidas cuentas, que, sea por desfase de lenguaje, falta de preparación de la homilía, olvido de la condición del público o por hablar aceleradamente, la mayor parte de la asamblea se queda a la luna de Valencia marchándose a casa sin sacar ningún provecho de la homilía.

        3) Tono negativo, broncas y alusiones a los ausentes

        Pero lo anterior es miel sobre hojuelas al lado de las homilías apocalípticas. Hay predicadores que, una vez leídos los textos bíblicos, uno tiene la impresión de que se van a remangar y liarse a palos contra la asamblea. Fruncen el ceño y con cara de perro gruñón arremeten contra todos los pecados de la corrompida sociedad actual añorando las presuntas virtudes de tiempos pasados. Se olvidan por completo de explicar amablemente el contenido del evangelio en clave positiva de salvación ocupándose sólo del trabajo de mandar pecadores al infierno. Se olvidan igualmente de tratar bien a los presentes dejando en paz a los ausentes. Echan una mirada y constatan que es escaso el número de personas que están presentes y se preguntan dónde están los demás haciendo comentarios sobre su ausencia. Es verdad que no todas las broncas son iguales. Hay párrocos, por ejemplo, que se permiten reñir a sus feligreses, pero más por exceso de confianza o simple imprudencia que por otras razones. Durante la homilía hacen incisos y comentarios pintorescos que nadie toma a mal. Más aún. Cuando alguien les recuerda amigablemente que se les calentó la lengua, lo reconocen sin dificultad y jamás va la sangre al río. Todo queda en exceso de confianza y falta de prudencia sin que nadie lo dé mayor importancia.

        Lo malo es cuando el predicador habla con guantes de armiño, saca la cabritera de la ironía y con lenguaje ponderado empieza diciendo que no quisiera herir la sensibilidad de nadie, pero que....hay quienes. Y se despacha repartiendo leña a diestra y siniestra, contra presentes y ausentes, la juventud de hoy día, el cine, la televisión, internet. Otros hacen comentarios recriminatorios sobre la puntualidad a los actos litúrgicos, ordenan a la gente que se sienten en un lado u otro del templo en incluso comentan la forma de vestir de la gente. ¿Resultado? La gente se marcha del templo malhumorada e indignada. ¡Si al menos se le pudiera meter mano al predicador por decir algo contra la fe! El predicador, en cambio, vuelve a la sacristía para quitarse los ornamentos litúrgicos como un torero cuando abandona el ruedo después de haber realizado una faena descomunal. Una vez más se ha perdido miserablemente el tiempo pastoral de la homilía. 

        4) Fingimiento de la voz y gestos espectaculares

        ¡Es que habla de una manera!, se oye decir a veces. La verdad es que cada cual tiene su voz y no sirve pedir peras al olmo. Hay predicadores que tienen una voz desagradable y de ello nadie tiene la culpa. Pero ¿por qué no hablan con naturalidad sin falsear su voz adoptando tonos ficticios de ultratumba? ¿Por qué no hablan sin gritar o tratar de sacar una voz artificial? Otros tienen una voz estupenda, pero hablan con autocomplacencia escuchándose a sí mismos. Este narcisismo verbal es un vicio característico de los profesionales de la comunicación social y desdice mucho de los predicadores dominicales. En el mejor de los casos se trata de un mimetismo pueril y desagradable. Hay predicadores que suben o bajan el todo de voz de forma premeditada con el objeto de sorprender a la feligresía acompañando la dicción con gestos físicos espectaculares. Esta forma de predicar está más cerca de la comedia que de la exposición sencilla, clara y honesta del evangelio. Por otra parte, hay quienes inconscientemente sacan una voz fingida durante toda la celebración eucarística. Pero ¿quién pone el cascabel al gato y les dice que hablen con naturalidad?

        ¿Y qué decir de esos otros que se ponen místicos a punto de lagrimear agua bendita repitiendo una y otra vez piadosísimos y exasperantes argumentos? Pienso que el buen predicador no debe ser confundido con el buen comediante que sabe fingir sentimientos y estados de ánimo ajenos a su personalidad. Si, además, el predicador es uno de esos que se ponen a hablar sin preparar nada quedando a merced de lo que se les vaya ocurriendo, para después atribuir al Espíritu Santo incluso las inevitables tonterías que puedan decir, la cosa es más seria. ¿No será acaso una falta de respeto al pueblo cristiano, congregado para celebrar la Eucaristía, y al mismísimo Espíritu Santo, ahorrarse el trabajo de preparar la homilía como Dios manda, dando por supuesto que el Espíritu apoya la holgazanería irresponsable del predicador? Es que el Espíritu, replican.  No. cuando tenemos muchas ganas de hablar y necesitamos desahogarnos con alguien - en este caso el pueblo cristiano- si escuchamos al Espíritu nos dirá con toda claridad: antes de hablar, piensa bien lo que vas a decir y no digas tonterías en mi nombre.

        5) Sermones y discursos paralelos en lugar de la homilía

        El término sermón tiene actualmente un significado peyorativo importante que se refleja muy bien  en dichos populares como estos: “ya estoy harto de oír sermones”; “no hace más que sermonear a los demás”; “no me eches sermones” y así sucesivamente. Estas expresiones derivan del estilo de aquellos predicadores que, en lugar de explicar a la asamblea con la mayor objetividad y claridad posibles los pasajes difíciles del evangelio u otros textos litúrgicos del día, se dedican a “sermonear”, o lo que es igual, a corregir defectos, dar consejos morales inoportunos y planificar actos de culto, sin olvidar el reclamo inoportuno de ayudas económicas. A este tipo de falsas homilías responde la crítica del humorista que reza así: al entrar en el templo deje fuera la cabeza y cuando salga, la cartera. Los sermones espectaculares de este jaez nos recuerdan también la crítica implacable  que el P. Isla hace de los mismos en su conocido Fray Gerundio de Campazas.

        Por lo que se refiere a la confusión de la homilía con los discursos paralelos o alternativos, cabe destacar algunos errores. El primero consiste en dar por sabido lo que hay que explicar con el pretexto de que el mensaje de los textos litúrgicos del día está claro y, en como consecuencia, el predicador centra la homilía en otra cosa. Por ejemplo, se termina de leer la parábola del hijo pródigo y el predicador comienza la homilía diciendo que, como lo que acaba de ser leído está suficientemente claro, va a hablar de otro asunto. Tenemos así un discurso alternativo inesperado que deja al público con la boca abierta. Otras veces se ha leído algún texto bíblico particularmente difícil de entender y el predicador echa el balón fuera hablando de otras cosas en lugar de explicar el texto en cuestión. Esta forma de proceder es propia de predicadores con escasa formación bíblica y teológica, o bien que están muy ocupados con menesteres administrativos  y no encuentran tiempo para preparar la homilía. En estos casos recurren a temas evasivos haciendo también un discurso paralelo a lo que debería ser la homilía.

         Otro modo de sermón paralelo no deseable consiste en elaborar un discurso bíblico o teológico genérico, memorizarlo bien y repetirlo en todas las homilías como un disco grabado. Así las cosas, el predicador emplea la mayor parte del tiempo en la repetición de dicho discurso y sólo de forma rápida e irrelevante alude a los temas del día sobre los que debería centrar la homilía. O lo que es igual, se aprende de memoria un discurso y lo repite siempre y en todo lugar sin descender a la explicación concreta de los pasajes más interesantes o difíciles de entender leídos durante la celebración de la Eucaristía. Estos predicadores me traen a la memoria al flautista Marcelo el cual en todas sus intervenciones tocaba la misma música con la aclaración previa siguiente. Voy a interpretar para ustedes esta pieza de baile para que los que son del pueblo y la saben, no la olviden, y para que los que vienen de fuera y no la saben, la aprendan.

        También me parece oportuno recordar la práctica que durante algún tiempo estuvo en vigor, de diseñar un programa monográfico de teología para ser desarrollado durante el tiempo destinado a la homilía durante un periodo de tiempo determinado. Por ejemplo, durante todo un año litúrgico o un periodo determinado como son los litúrgicamente denominados tiempos fuertes. Este método equivale a una confusión lamentable de la homilía con las clases de teología en las que se fijan unos temas a tratar y se los va desarrolla durante el curso académico prescindiendo de si llueve o hace sol, es de día o de noche. Ocurre entonces que la temática fijada en el programa prevalece sobre la temática litúrgica propia del día. Tenemos así un discurso paralelo y la gente tiene la impresión de que, en lugar de escuchar una homilía, lo que escucha es una lección académica de teología al margen de la celebración litúrgica del día, para lo cual están las cátedras de teología con esa finalidad. Pienso que este trueque de temas burlando los derechos de la homilía es un error importante.

        6) Preparación de la homilía en común

        Por último, dos palabras sobre la preparación de la homilía en común. Cuando yo era joven se puso de moda esta forma de preparar la homilía dominical pero pronto me percaté de que tal metodología no es aconsejable como norma general. No me interesa describir aquí los motivos concretos de esta valoración negativa pero sí será oportuno hacer algunas observaciones útiles al respecto. Para empezar hemos de reconocer que ese tipo de reuniones comunitarias resultan muy difíciles de llevar a cabo en la práctica tanto en las parroquias como en las casas religiosas. Por si esto fuera poco, la preparación comunitaria no favorece la personalización indispensable del discurso dominical de acuerdo con los criterios de preparación que indicaré después. Se corre el riesgo también de que la homilía se convierta en un disco grabado por otras personas y repetido de forma mecánica y protocolaria sin el toque personal indispensable para que el mensaje de la misma resulte creíble y persuasivo para la feligresía. Dicho lo cual añado lo siguiente.

        En circunstancias especiales, sobre todo cuando no hay libertad religiosa reconocida, la preparación comunitaria de la homilía puede resultar muy conveniente y hasta necesaria. Estoy pensando, por ejemplo, en el riesgo que corría el predicador en los países sometidos al régimen comunista en Europa y que yo mismo tuve la oportunidad de detectar. En aquella situación política y social lo mejor y más prudente era que se oyera una sola voz bien armonizada lo cual requería una preparación comunitaria del discurso dominical bien acrisolada sin destaques personales. Lo mismo cabe decir hablando de la predicación cristiana actualmente en los países islámicos donde la libertad religiosa que no sea el islam está rigurosamente prohibida y penalizada. Como caso histórico ejemplar en esta materia cabe recordar el célebre sermón de los frailes dominicos el 21 de diciembre de 1515. Se acercaba la celebración de la Navidad y fray Antonio Montesinos denunció en nombre de toda su comunidad de frailes dominicos los atropellos que se estaban cometiendo con los indios. ¿Cómo compaginar la celebración del nacimiento de Cristo con dichos atropellos? Antonio Montesino subió al púlpito, como portavoz de la primera comunidad de dominicos en el Nuevo Mundo, en Santo Domingo, y pronunció el sermón de denuncia después de haber sido preparado previamente y firmado por todos los frailes. Había que decir cosas muy fuertes y por ello prepararon juntos la histórica homilía firmándola y haciendo suyo cada uno de los miembros de la comunidad el contenido de la misma.

       

        3. Consejos prácticos para hacer la homilía

        Es cierto que resulta más fácil predicar que dar  trigo, dar consejos a otros y no ejemplo práctico de ellos. No obstante me atrevo a hacer algunas sugerencias sobre el proceso de preparación de la homilía dominical personalizada.

        1) La Homilía, para que resulte pastoralmente eficaz, debe ser breve

        La brevedad es la regla de oro confirmada por la psicología moderna de la comunicación. Si la prédica es defectuosa, pero breve, la gente se olvida fácilmente del impacto negativo y no pasa nada. Y si es buena, el público queda bien dispuesto para volver a escuchar. Por el contrario, la homilía larga y defectuosa exaspera e indispone para el futuro. Y si es de calidad, a medida que se prolonga se va generando cansancio. La brevedad soporta y olvida todos los defectos. Está demostrado que aún las cosas más gratas, cuando se prolongan demasiado, terminan produciendo hastío. Uno puede escuchar con placer durante algún tiempo, o de cuando en cuando, la novena sinfonía. Pero a fuerza de escucharla  puede llegar el momento en que a uno le apetezca más escuchar un cencerro, aunque sólo sea para variar. Lo mismo pasa con los predicadores. El mero hecho de tener que escuchar siempre a la misma persona todos los domingos es un factor negativo que el predicador ha de tener en cuenta. Por eso, la regla de oro para el que tiene que hablar muchas veces a un mismo público es la brevedad. Por la brevedad el público termina olvidando  y tolerando los defectos de los malos predicadores por exceso de palabras. Sólo tres ejemplos prácticos y pintorescos para ilustrar lo que termino de decir.

        Según Lutero, una de las cualidades del buen predicador es que sepa acabar a tiempo y no canse a los oyentes con exceso de palabrería. Sobre los malos predicadores cabe recordar la anécdota siguiente. En cierta ocasión  le dijo a Lutero su mujer Catalina Von Bohra, que había oído predicar al doctor Pommer, el cual se desviaba mucho del tema y mezclaba otros asuntos en sus sermones. A lo que Lutero respondió: “Pommer predica como habláis las mujeres, que decís cuanto se os ocurre. Es insensato el predicador que está convencido de que puede decir cuanto se le ocurra. Un predicador tiene que mantenerse fiel al tema y esforzarse para hacerse entender a la perfección. Esos predicadores que se empeñan en decir todo lo que les viene a la mente se comportan igual que las criadas cuando van a la plaza: se encuentran con otra muchacha y echan con ella una parrafada o engarzan una conversación; que se encuentran con otra criada, pues otra parrafada, y así con la tercera y con la cuarta, que por eso van tan despacio al mercado. Lo mismo hacen los predicadores que se apartan demasiado del tema y quieren decir todo de una vez. “Esto es lo que no se puede hacer”.

         Un ilustre obispo español ya fallecido celebraba una solemne ordenación de sacerdotes y diáconos en su catedral. Según me dijo uno de los sacerdotes asistentes a la ceremonia, la homilía del Obispo duró una hora. En un momento dado hubo gente que sugirió la idea de abandonar el recinto catedralicio hasta que terminara de hablar el prelado pero pensaron que este gesto podía servir como carnaza para los medios de comunicación por lo que aguantaron el tirón hasta el final. La homilía era una pieza magistral de teología sobre el orden sacerdotal, digna de ser publicada y estudiada, pero insoportable por su extensión en una ceremonia ya de suyo muy larga.

        En otra ocasión el Arzobispo de la ciudad americana donde yo había dado algunas conferencias celebraba la misa diariamente a las 12 horas en su catedral. Contabilizando mi tiempo disponible me decidí a ir a despedirme de él cuando terminara la celebración. Era un lunes o martes de la semana y se despachó con tres cuartos de hora de homilía. En realidad ésta era una magistral lección de teología pero a destiempo y rompiendo el ritmo normal de una celebración eucarística en un día cualquiera de la semana. Por último, otra anécdota disuasiva contra las homilías largas, aunque sean episcopales. Al término de una solemne celebración eucarística celebrada por un Obispo muy intelectual una señora comentó la extensa homilía con estas palabras: “empachosamente culto”.

        2. Preparar la homilía

        ¿Cómo? Para empezar yo aconsejo no leer ninguna de esas homilías prefabricadas en revistas y publicaciones de auxilios litúrgicos a no ser en casos de extrema necesidad. La homilía, para que sea convincente, tiene que ser personalizada y no un discurso estandarizado. El predicador es una persona que habla y no un disco grabado que reproduce algo que ni entiende ni es suyo. Lo aconsejable es empezar leyendo atentamente todos los textos bíblicos de la liturgia dominical. A continuación, se consulta un par de comentarios bíblicos de calidad reconocida sobre dichos textos hasta formarnos una idea bíblica correcta de los mismos. Una vez que se ha llegado a dominar globalmente la temática desde el punto de vista bíblico, se selecciona el aspecto o problema sobre el cual se va a centrar el discurso homilético.

        En principio se selecciona aquel aspecto o pasaje cuya lectura puede resultar más difícil de entender por parte de los fieles. Por ejemplo, si toca leer el pasaje veterotestamentario del sacrificio de Isaac, el predicador no puede echar el balón fuera diciendo que va a hablar de la importancia de la oración porque le resulta difícil explicar ese pasaje. El público necesita una explicación que el predicador debe facilitar mediante la homilía. Y si hay niños y se ha leído que nadie puede ser discípulo de Cristo si no odia a su padre y a su madre, el predicador no puede marcharse por los cerros de Úbeda hablando de tópicos comunes dejando ahí esas palabras sin explicar su significado. Son sólo dos ejemplos, que podían multiplicarse hasta el infinito ya que el lenguaje de la Biblia tiene muy poco que ver con el lenguaje actual y hay que saber cuándo ha de ser tomado en sentido histórico-literal o hay que interpretar el género literario utilizado.

        Hay homilías que son piezas literarias, pero su contenido se reduce a ocurrencias personales y frases ingeniosas inspiradas en alguno de los textos litúrgicos sin aportar ninguna luz para la comprensión real de los mismos. A veces estos predicadores tienen días malos. No se sienten inspirados y lo pasan muy mal cuando tienen que hablar porque, como ellos mismos suelen decir, tengo que predicar  y  “no se me ocurre nada”. No. Un predicador puede decir con toda razón que está cansado y no tiene ganas de hablar. Pero no que no se le ocurre nada. Eso sólo demuestra que es un vago que no prepara la homilía o que dedica el tiempo pastoral a otras actividades menos importantes.

        Estas situaciones no tendrían lugar si se tuviera la costumbre de preparar personalmente la homilía siguiendo el proceso que acabo de indicar. Siguiendo este método, no sólo no hay penuria de ideas sino que se multiplican y en lugar de tener que esperar angustiosamente a ver si llega la inspiración o surge alguna ocurrencia, lo que procede es seleccionar aquellas ideas que más convenga decir al público. El Espíritu Santo ayuda al predicador que prepara la homilía pero no suple su holgazanería pastoral. Por supuesto que pueden darse situaciones en las que esa preparación inmediata resulte imposible. En tales casos, si falta una preparación remota suficiente para salir del atolladero, lo mejor y más correcto es no hablar. Para no hablar se pueden alegar muchas y buenas razones. Para hablar mal no hay razón justificativa ninguna. Hay muchas circunstancias en la vida en las que callados es como más guapos estamos. Y no vale eso de que, ¡hombre, “algo habrá que decir”! O que la mejor preparación de la homilía es la oración. La prudencia más elemental y el respeto debito al público aconsejan que cuando, por las razones que sean, no se está en condiciones de predicar la homilía como Dios manda, lo mejor es omitirla. Tampoco es honesto escudarse en la oración para evitar el trabajo de la preparación.

        3) Una idea, pocas palabras y fáciles de entender

        Lo ideal sería que el predicador de la homilía se centre en una sola idea o pensamiento y la exponga en cinco minutos largos con las palabras más sencillas susceptibles de ser entendidas por cualquier público. Lo cual requiere mucha preparación. No menos que para preparar un buen discurso televisivo de cinco minutos de exposición y dos de diálogo en directo con el público. Para predicar bien una homilía de 5 ó 7 minutos se necesitan muchas horas de preparación remota y como mínimo una o dos de preparación inmediata. Para predicar una homilía durante una hora, con cinco minutos de preparación hay bastante. Para predicar durante horas, no se necesita preparación ninguna y esta es la tentación a la que sucumben muchos predicadores dominicales. En cuanto al tono y género del discurso homilético, se ha de evitar, por encima de todo, el “sermoneo”. Me refiero a esa forma de hablar al público dando consejos y advirtiendo de peligros como el abuelo a los nietos. O mejor, esa mala costumbre de no saber dirigirse al público si no es en tono obsesivamente moralizante corrigiendo presuntos defectos o dando consejos que nadie ha solicitado sobre las cosas más obvias. El “sermoneo” es primo hermano del “paternalismo” que suele inducir a actitudes de rechazo.

        La homilía no debería ser tampoco una fría conferencia académica. Para hacer un buen discurso académico no se requiere creer o estar convencidos de lo que decimos. Basta hacer una exposición objetiva y ordenada del tema a tratar. Por el contrario, si el predicador de la homilía no expresa su adhesión afectiva a lo que está diciendo, puede dar la impresión de que está engañando al público y pierde credibilidad. Igualmente hemos de reconocer que, cuando se emociona y hace afirmaciones salomónicas de cualquier cosa que dice, lo más probable es que se parezca a un actor de teatro al estilo de Gerundio de Campazas. Se ha de evitar el estilo academicista y el teatral buscando siempre la naturalidad y la sencillez. Pero sin incurrir en el otro extremo, que es la chabacanería. Hay predicadores cuya forma de hablar en la homilía apenas se distingue de la que usarían tomándose con él una cerveza amigablemente en la cervecería de la esquina.

        Pienso que la homilía tiene su propio estilo, que es esencialmente informativo. Me explico. La predicación cristiana es anuncio de la gran noticia de la salvación humana. La noticia de la salvación, por tanto, es el objeto formal de la predicación evangélica, cuyo contenido esencial según S. Pablo (Col 4) es el misterio de Cristo por cuya predicación dice encontrarse en prisión. Ahora bien, las noticias se transmiten mediante informaciones objetivas y veraces. De donde se infiere que la predicación se ha de hacer de acuerdo con los cánones de una buena información objetiva y veraz acerca de Jesucristo y su mensaje de salvación. Por otra parte, la información objetiva no se agota en la mera transmisión de la noticia, sino que se prolonga en el comentario. Cualquier sistema de información completa se materializa en forma de noticia y comentario. Dicho esto, cabe describir el estilo de la homilía en pocas palabras del modo siguiente.

        La homilía bien hecha lleva una noticia o mensaje sobre Jesucristo y un comentario sobre la noticia. O mejor, es una noticia comentada sobre Jesucristo que se transmite en un tiempo muy breve de forma que sea entendida por cualquier persona normal como las noticias y comentarios periodísticos. Como características esenciales de la predicación homilética por relación a la información periodística cabe destacar las siguientes. 1) El contenido esencial de la homilía como noticia es siempre bíblico y cristológico, que es lo mismo que teológico. Lo cual implica que el predicador tiene que conocer muy bien la Biblia y la Tradición bíblica eclesial como primera fuente de información. 2) La noticia debe ir acompañada de un comentario teológico y pastoral, pero de forma que el público pueda percibir claramente dónde termina el anuncio de la noticia y comienza el comentario personal. 3) El lenguaje utilizado ha de ser aquel que mejor haga llegar al público el mensaje. Ahora bien, en las sociedades modernas avanzadas el lenguaje más idóneo para llegar al mayor número posible de personas es, sin lugar a dudas, el periodístico. De ahí la necesidad de ensayar un nuevo estilo de predicación en clave informativa abandonando el estilo del sermón tradicional. 4) El predicador debe creer en lo que dice. Lo contrario es un fraude y no genera credibilidad en la audiencia aunque diga cosas muy bonitas y estéticamente bien presentadas. 5) El predicador debe evitar hacer el papel de comediante con sus gestos oratorios para impresionar y ganarse emocionalmente al público. Igualmente ha de evitar los tópicos de la publicidad y de la propaganda ya que la verdad revelada en Jesucristo no es un producto de mercado ni una ideología sino una forma de vivir amorosamente con Dios y con los hombres. 6) Salvo en circunstancias especiales, fácilmente comprensibles por el público, las homilías leídas son desaconsejables como práctica habitual.  La homilía debe ser personalizada y con su lectura rutinaria el predicador induce a pensar que actúa como un robot o que es torpe de mente. 

       

CONCLUSIÓN

Para concluir este pequeño discurso cabe insistir una vez más en la conveniencia de que sea breve y centrada en la vida, muerte y resurrección de Cristo como recomendaba S. Pablo. Cualquiera otro discurso con ocasión de la homilía está fuera de lugar si de una u otra forma no puede ser fácilmente relacionado con alguno de estos aspectos cristológicos. Los textos litúrgicos de la Misa tocan todos los puntos neurálgicos de la existencia humana y de ahí que den motivo para hablar de todos los problemas personales y sociales del hombre. Pero hay que tener mucho cuidado para hacerlo en el momento oportuno exigido por esos textos y no cuando al predicador le venga bien. El predicador de la homilía debe evitar que le confundan con un buen publicista de productos comerciales o propagandista de ideologías políticas, científicas o religiosas. El Evangelio propone una forma de vida en Dios que nada tiene que ver con la propaganda ideológica, el proselitismo o el fanatismo religioso. Por otra parte, tampoco hay que confundir la homilía dominical con la exposición académica propia de las cátedras de teología ni con una conversación campechana con los feligreses.

La homilía debe ser una información teológicamente comentada sobre la gran noticia de la redención cristiana. Y todo ello utilizando un lenguaje sencillo y adaptado a la condición de la audiencia. El Evangelio que hay que predicar es siempre el mismo pero hay que hacerlo teniendo en cuenta las circunstancias y las personas a las que va dirigida la predicación. Las mismas cosas hay que decirlas de forma diferente de acuerdo con la condición de las personas que escuchan y las circunstancias personales y sociales en que se encuentran. El Evangelio que hay que predicar es siempre el mismo en lo sustancial pero la forma de hacerlo no puede ser la misma cuando la audiencia es religiosamente indiferente, por ejemplo, o está compuesta por niños, jóvenes, ancianos, enfermos, alcohólicos, drogadictos o prostitutas. O se trata de una masa anónima circunstancial. Todo lo cual exige una escrupulosa y responsable preparación.

                                                                         NICETO BLÁZQUEZ, O.P.